Un empate a lo “chancho”. Un absurdo. Todo venía demasiado
dulce, demasiado. Porque era lo que correspondía. Todo estaba bajo
control. Tanto que todavía veo a Bottinelli pidiendo calma y
concentración, en vez de correr a abrazarse con el uruguayo en el 2-0.
Un instante, que es el punto de inflexión del partido. Y ahora que
repaso una y mil veces mi propia película, veo nuevas señales.
A mi novia que se le sale la bandera del mástil y vuela con el globo
que tenía atado. Me tironea. No le doy bola. Se le va, se escapa. Antes
me quiere confesar algo. Le digo, no. Ahora, no. Dejá todo como está. No
quiero sorpresas. Yo que la ignoro y veo como la gente de Boca se
empieza a ir –tal su costumbre-. Me burlo.
¿No, otra vez se van antes? Los señalo con el dedo. Los quiero poner
en evidencia. Se iban. Del otro lado de la reja ocurre el salvajismo. Y
cuando vuelvo la vista a la cancha, desde mi posición, veo a González
Pirez apurado por el livianito Acosta que arranca en off-side... “El
carnicero” busca jugar y el ex-Lanús le tira el cuerpo encima. Lunati se
recibe de campeón del chamuyo. Usó la lengua más que las tarjetas.
Ninguna posición, penal. Y frena que la goleada que parecía venir. Ese
pésimo árbitro le da vida al muerto. Silva y gol. Y los que se iban
vuelven...
Y a River, que padece el síndrome de no saber cuidar la pelota, no le
quedó otra que ir a buscar. Y va por más. Como “Maravilla”, ante
Chávez, lo bailó y se quiere levantar. El triunfo está ahí. El golpe no
parece sentirlo. Va por más. Faltan 20, mucho tiempo para querer aguantar. El reloj avanza. Y Mora que pierde otro
mano a mano, y antes mete un desborde, pero David se pasa. Y después
otra contra que Sánchez la cruza apenas larga. Es más River.
Van 43 minutos y súbitamente, el aliento decae. Las miradas de todos
apuntan más al reloj que a otra cosa. Sin que nada nos inquiete
demasiado, más que aquello de siempre, como contra Newell´s por citar un
caso.
Mi garganta esta muda ya. Levantó los brazos pidiendo que empiece el
revoleo de remeras para aguantar ese cacho más. Y nadie mira el partido,
toda la atención puesta en el final, nadie se anima a festejar.
Ahora sí quizás da para hacer correr la bola. David no quiere más, y
Mora tampoco. Sale el “mejor jugador de la cancha”, pero aún así, no si
el empate viene por el cambio mal hecho.
Hay otra realidad. Ese puto inconsciente nos toma de nuevo por
asalto. Aquellos puntos dejados sobre el final tantas veces. Se instala
lo siniestro del futbol. Lo inimaginado, lo pensado e inmanejable. Eso
de anticipar, que Pezzella hizo como un mariscal toda la tarde, en la
última bola no salió. Y Silva, que la quiso bajar, y de “orto” le sale
un pase. Como si los dioses manejaran los piolines de esta
representación de la vida que es el fútbol.
Erviti que consuma “esa chanchada” del final. Todo parece estar
escrito. El final, siempre el final abierto. Y el “chancho” disfrazado
de diablo vuelve a meter la cola.
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FIESTA. River preparó un marco espectacular antes y durante el partido. (FOTO: F. Peretti)
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Se vuelve a reeditar lo efímero de la gloria y la derrota. Parece que
Ibsen, Chejov, Pirandello hubieran armado ese guión de este final de
manicomio. Una escenografía que nos dejó impávidos. Muertos en vida. Se
hablará de por qué no salió Barovero, criminalizarán a Trezeguet, hasta
el resbalón de Bottinelli será puesto en duda.
La calentura no tiene fin. Ya es tarde para acordarse de los dos
cruzados rotos de Ramiro Funes Mori, de Aguirre, de la “pasividad” de
Lunati que dejó a Schiavi y Somoza, agarrar y empujar hasta el hartazgo.
Poco va a quedar de la obligación de barajar y dar de nuevo a los 10
minutos de Almeyda. De la autoridad con que jugó River, de la calidad en
la nueva avivada de Ponzio, del impecable Pezzella, del gol de Mora a
lo Messi. Y de la artesanal fiesta que montó la gente. Borrando hasta el
minuto y medio del final a los 8000 Xeneizes -¿cómo entraron?- a la
categoría de hinchada chica. Todo demasiado dulce, embriagador, como
para que sea realidad.
Ya está, volvió a suceder lo que todos pensamos que no podía pasar.
Hasta el propio Almeyda. No hay explicación. El futbol no es amigo de la
lógica. La tarde voló, como el globo y mi voz. Lo sé. No estoy para
autocríticas. Hoy no.
A medianoche, Retiro despide una correntina riverplatense de ley que
dejó un testimonio de su padre en el Monumental. Era su confesión.
Tampoco alcanzó. Ni la inocencia de mis hijos, protagonistas de la
hinchada más grande del mundo.
"¿Qué festejan?" me preguntan con inocencia y candidez. Para mí todo
es absurdo, nada me consuela. Mucho menos esta injusta paparruchada de
equipo chico. Festejan empates invocando una “paternidad que sólo pudo
haberse escapado de un manicomio”. ¡Te quiero River! Punto. Nada más.
Fuente: LPM
Fuente: Olé